Podríamos
preguntarnos: ¿cuáles de las virtudes será considerada la más relevante entre
los sabios? Podríamos, también, responder arriesgando una hipótesis, al afirmar
que la virtud rectora entre las personas sabias es la prudencia (phrónesis).
En nuestra publicación
precedente, vimos que, según Aristóteles, el hábito de la prudencia es la
virtud (areté) indispensable para
intentar alcanzar el “justo medio”. En ese punto, el sabio se mantiene
tan alejado del exceso como del defecto.
Aristóteles
reflexiona sobre las posibilidades de vivir según la razón: nos dice que el
cuerpo y el alma tienen sus demandas y requieren cierta satisfacción. Aun aquel
sujeto que vive según la razón precisa de la sustancia material para calmar el
hambre, la sed y el resto de las necesidades corporales, como así también del
éxtasis de las emociones para cumplir con las necesidades del alma. Pero para llevar
una vida racional debe haber aprendido y alcanzado el hábito (héksis) de administrar convenientemente
sus deseos y sus pasiones.
Platón hacía
también referencia a que “el hombre es un auriga tirado por dos briosos
corceles uno el del deseo, otro el del deber y su arte es lograr el justo
balance para no perder el equilibrio”. Podríamos afirmar que la sabiduría
escapa a los extremos, es decir, que sin prudencia es imposible actuar
sabiamente.
Sin embargo, en
capítulos anteriores hemos visto que existieron notables pensadores que
defendían otra posición, otra visión, como fueron los cínicos, los estoicos,
los hedonistas y los escépticos. Es de suponer que cualquiera de ellos
refutaría nuestra hipótesis, no acordaría con nosotros y, por supuesto, más que
respetables son sus convicciones. Aun así, insistiremos con nuestra hipótesis
pues contamos para ello con un aliado muy importante; el sujeto Tchou. ¿Qué lo
hace tan significativo? Nuestro aliado proviene de otra cultura, habla un
lenguaje que no es el griego y, a pesar de esas enormes diferencias, comparte
con Aristóteles lo conveniente en cuanto a la supremacía de la prudencia en
toda acción que realicemos. El sujeto Tchou se sitúa en el justo medio,
alejado de los extremos, tanto del sujeto “Kan”, el místico, que
sacrifica el Suelo para ganar el Cielo, como del sujeto “Cheu” el
funcionario, que renuncia al Cielo y se aferra a la materia. Sabio él, con
plena consciencia del Cielo y del Suelo, revindica su condición humana sin
renunciar a ninguno de ellos.
En un texto
sobre medicina y filosofía china puede leerse al respecto del sujeto Tchou (El
Maestro): “He aquí porque el hombre sabio -con plena consciencia del Cielo
y del Suelo- come cuando hay que comer, porque tiene un estómago, rinde
homenaje a su esposa cuando es el momento de hacerlo, porque tiene un aparato
genital, trabaja porque tiene músculos y articulaciones, en suma, utiliza todas
las funciones, simplemente porque están ahí para desempeñar un papel en el
conjunto, procurando de todos modos, el principio del “justo medio”.
Claro que el
sujeto Tchou ha tenido que recorrer un largo camino interior para alcanzar la
sabiduría del prudente obrar. Quizás el mismo camino al que invitaba la máxima
esculpida en piedra en el templo de Apolo en Delfos: “conócete a ti mismo”.
Jorge
O. Veliz
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