“Se es bueno por uno solo camino,
se puede ser malo por mil”
Aristóteles
Hijo de un médico, discípulo de Platón, maestro de Alejandro Magno,
fundador del Liceo y de su Escuela Peripatética, autor de la obra filosófica escrita
más amplia de la Antigüedad griega (Lógica, Retórica y Poética, Ciencia
Natural, Metafísica, Ética y Política): Aristóteles, el pensador polímata de
Estagira, encarna las ansias de saber pleno que dieron origen a la
filosofía.
El alejamiento de la
Academia -y, por ende, de su maestro Platón- se debió
a que Aristóteles, aún muy joven, asumió un enfoque radicalmente opuesto al
Idealismo: no podía aceptar que la realidad física fuera una copia degradada (apariencia)
de entidades metafísicas (esencias). A esto opuso una doctrina basada en
la comprensión de la existencia a través del conocimiento de los fenómenos y
entidades naturales, es decir, construida con los pies firmes en tierra
científica y edificada sin ceder los planos a la abstracción imaginaria.
Aristóteles encuentra en cada ente, animado o inanimado, un compuesto de
forma y materia; él no recurre, como Platón lo hacía, a otros niveles del Ser
para explicar los fenómenos fácticos del Universo material. En la dimensión de
la física, la realidad puede ser comprendida en su constante mutación si
dejamos de percibir sólo su actualidad (hechos manifiestos) y comenzamos a
percibir su potencialidad (posibilidades concebibles). Toda cosa es una forma
en desarrollo: cada ente es una identidad en proceso, pasando de su potencia a
su acto. El ser humano es una de esas cosas: el animal pasando de su condición
biológica a su existencia racional. Sólo el humano, de entre todos los seres,
cuenta con la Razón como facultad (junto con la percepción sensible de los
vegetales y el instinto apetitivo de los animales) de su alma: utilizándola
tiende a realizar el fin de su existencia, esto es, a alcanzar el Sumo Bien de
la Felicidad.
La razón, en tanto intelecto
agente con sede en el alma humana,
se manifiesta como hábito: la inteligencia no sólo contempla la verdad, sino
que hace efectiva, en cada acto, esa verdad que conoce; únicamente
en esa doble tarea el humano hace realidad su ser racional. La vida
desarrollada conforme a ese criterio se vuelve sabia, un testimonio biográfico
de la virtud no sólo comprendida, sino practicada: una serie de acciones
prudentes, es decir, de decisiones tomadas bajo la guía de la reflexión
racional.
¿Y cómo define Aristóteles esa disposición de prudencia, que da el criterio
de Virtud (areté) a su ética? Al establecer como criterio de discernimiento práctico
el del Justo Medio / Centro Virtuoso / Feliz Mediocridad: la decisión acertada
ante los dilemas morales es siempre la menos tendiente a alguno de los extremos
considerados posibles. Según esta doctrina, la persona que alcanza la virtud (areté) no es la que realizó esta o aquella acción sobresaliente para luego
permanecer en el vicio o la ignorancia, sino la que, alcanzando el hábito
(heksis), sostuvo el virtuoso criterio de la prudencia y, con éste, el
constante proceder conforme al Justo Medio. Cada acción ha de buscar el punto
armónico ante la situación que deba afrontar, sin recurrir a resoluciones
drásticas o dictámenes polarizados. El Justo Medio concilia los extremos
efectuando un cálculo (base racional de la elección) que sea capaz de
encontrar el máximo balance posible (promedio) ante la pugna antagónica
a resolver.
Así, Fortaleza
resulta un término medio entre temor y confianza, Temperancia entre abstinencia
y abuso de placeres, Liberalidad entre avaricia y generosidad… Y la mayor entre
todas las virtudes, nos recuerda Aristóteles, es Justicia, firme en su hábito de
ser proporcionada (o aritmética: atiende a la magnitud de los castigos)
y meritoria (o geométrica: valora la dimensión de las recompensas): ella
no sólo hará feliz nuestra vida personal, sino que ampliará esa felicidad al
encuentro con los otros en nuestra vida en sociedad.
Sabemos cuánto
han cambiado las circunstancias y paradigmas a lo largo de la existencia
humana… Así seguirán, pero, en el escenario de la secularidad histórica,
permanecerá incólume la virtud de la prudencia como sacro proceder de la persona
sabia.
El Signo de Interrogación te invita a seguir pensando:
¿Te consideras
una persona prudente, según el criterio aristotélico?
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