domingo, 9 de agosto de 2020

Mi contacto con la Filosofía

 

 

Aporte de Rodrigo Llanes
Astrólogo y Psicólogo

 

Mi experiencia con la Filosofía inició en la Facultad de Psicología. En esas instancias académicas se toma a la Filosofía como una “precursora” de la ciencia, al no ser empírica en su método y pertenecer solo al campo de la especulación. En ese sentido, ha sido poco menos que apartada al estricto campo de la filología, para ajustar el lenguaje cultural y despojarlo de su cotidianeidad, es decir, una auxiliar de las ciencias.

Se corresponde esto, creo yo, con la cosmovisión cultural actual acerca de la vida. El universo es esencialmente una masa de materia regida por leyes mecánicas y que en última instancia emerge de, y por lo tanto es regido por, el Azar.

Gran Dios, ese azar, al que la ciencia rinde culto aun sin saberlo, y por ello busca desesperadamente el determinismo absoluto. Explicarlo todo, preverlo todo, controlarlo todo. Si la base de todo es azar, al que llamo caos, intento protegerme de eso, aunque no lo sepa.

¿Se observa que proceso sencillo se encuentra en la base de algo que nos parece inmenso, incuestionable, y a lo que llamamos exploración de la Realidad?

Esta cosmovisión marca también, a mi juicio, una división en lo que a la práctica de la filosofía se refiere.

Ninguna cultura antigua consideraba a la Filosofía mera especulación, era, esencialmente, una forma de vivir.

Quien soy, en relación al orden de la vida, y qué es la vida, era el tema de la Filosofía. Ordenaba mis sentimientos, pensamientos y acciones. Es más, me hacía crecer, en función de límites no transgredidos por el común del ser humano. Cumplir con la potencialidad máxima humana, o de la vida. Llevar la forma humana a su máxima expresión, vitalmente, en el día a día, era el objeto de seres humanos que no se veían constreñidos al uso solamente del pensamiento verbal para aquello a lo que llamamos filosofía, sino que le hacían frente con todo su ser y con sus propias vidas.

Esta percepción de la filosofía es, a mi juicio, la que se ha perdido en la cultura moderna, a excepción de ilustres ejemplos, como Nietzsche, como Kierkegaard, y seguramente habrá otros que desconozco. 

La Filosofía se ha convertido entonces, en un debate de ideas, empobreciéndose. Atravesar el velo de existir dentro de ideas, y experienciar en la vida concreta y cotidiana, en mi mundo, en mis vínculos cercanos, aquello que postulamos como verdad, es la potencialidad de siempre de la Filosofía.

Saludos a tod@s.



lunes, 3 de agosto de 2020

Tchou, un aliado oriental


Podríamos preguntarnos: ¿cuáles de las virtudes será considerada la más relevante entre los sabios? Podríamos, también, responder arriesgando una hipótesis, al afirmar que la virtud rectora entre las personas sabias es la prudencia (phrónesis).
En nuestra publicación precedente, vimos que, según Aristóteles, el hábito de la prudencia es la virtud (areté) indispensable para intentar alcanzar el “justo medio”.  En ese punto, el sabio se mantiene tan alejado del exceso como del defecto.
Aristóteles reflexiona sobre las posibilidades de vivir según la razón: nos dice que el cuerpo y el alma tienen sus demandas y requieren cierta satisfacción. Aun aquel sujeto que vive según la razón precisa de la sustancia material para calmar el hambre, la sed y el resto de las necesidades corporales, como así también del éxtasis de las emociones para cumplir con las necesidades del alma. Pero para llevar una vida racional debe haber aprendido y alcanzado el hábito (héksis) de administrar convenientemente sus deseos y sus pasiones. 
Platón hacía también referencia a que “el hombre es un auriga tirado por dos briosos corceles uno el del deseo, otro el del deber y su arte es lograr el justo balance para no perder el equilibrio”. Podríamos afirmar que la sabiduría escapa a los extremos, es decir, que sin prudencia es imposible actuar sabiamente. 
Sin embargo, en capítulos anteriores hemos visto que existieron notables pensadores que defendían otra posición, otra visión, como fueron los cínicos, los estoicos, los hedonistas y los escépticos. Es de suponer que cualquiera de ellos refutaría nuestra hipótesis, no acordaría con nosotros y, por supuesto, más que respetables son sus convicciones. Aun así, insistiremos con nuestra hipótesis pues contamos para ello con un aliado muy importante; el sujeto Tchou. ¿Qué lo hace tan significativo? Nuestro aliado proviene de otra cultura, habla un lenguaje que no es el griego y, a pesar de esas enormes diferencias, comparte con Aristóteles lo conveniente en cuanto a la supremacía de la prudencia en toda acción que realicemos.  El sujeto Tchou se sitúa en el justo medio, alejado de los extremos, tanto del sujeto “Kan”, el místico, que sacrifica el Suelo para ganar el Cielo, como del sujeto “Cheu” el funcionario, que renuncia al Cielo y se aferra a la materia. Sabio él, con plena consciencia del Cielo y del Suelo, revindica su condición humana sin renunciar a ninguno de ellos.
En un texto sobre medicina y filosofía china puede leerse al respecto del sujeto Tchou (El Maestro): “He aquí porque el hombre sabio -con plena consciencia del Cielo y del Suelo- come cuando hay que comer, porque tiene un estómago, rinde homenaje a su esposa cuando es el momento de hacerlo, porque tiene un aparato genital, trabaja porque tiene músculos y articulaciones, en suma, utiliza todas las funciones, simplemente porque están ahí para desempeñar un papel en el conjunto, procurando de todos modos, el principio del “justo medio.    
Claro que el sujeto Tchou ha tenido que recorrer un largo camino interior para alcanzar la sabiduría del prudente obrar. Quizás el mismo camino al que invitaba la máxima esculpida en piedra en el templo de Apolo en Delfos: “conócete a ti mismo”.


                                                                                                                      Jorge O. Veliz