martes, 22 de septiembre de 2020

En el comienzo fue Tales

 

¡El mundo está en permanente transformación,

como el mar que rodea toda la Tierra

y es padre de todo lo viviente!

Tales de Mileto

 

En este viaje al pasado, será Tales quien nos abrirá el gran pórtico de la antigua Grecia. Con él iniciamos el encuentro con los grandes pensadores.

Tales nació en Mileto, ciudad griega de la costa jónica, hoy Turquía, en el año 640 a.C. y se cree que falleció en el 546 a.C. Tuvo un destacado desempeño como filósofo, miembro de la primera escuela filosófica conocida en Occidente: la Jónica. También incursionó en la política como legislador de su ciudad. Tales fue el último de los Siete Sabios de Grecia y el primero de los filósofos, quien encarna un acontecimiento cultural transformador: el ocaso de la proclamación de la sabiduría y el alba del amor a la sabiduría.

Desde muy pequeño se sintió atrapado por la magna y turquesa magia del Egeo; el mar era a su criterio, el espectáculo por antonomasia. El puerto de Mileto era entonces un centro de intercambio cultural y comercial muy importante, como también una escuela de vida para una mente amplia y permeable como la de Tales. Este ecléctico pensador se nutrió de la experiencia de viajeros, de conocimientos provenientes de tierras remotas, de la sabiduría polifacética y paremiológica de aquella época y compendió en su mente lo escuchado y aprendido.

Justamente, al unificar distintos saberes científicos en una misma explicación cosmológica, Tales inauguró la tradición filosófica de Occidente. Aplicando en conjunto sus conocimientos de lógica, astronomía y matemática, vaticinó el eclipse del año 585 a. C. y con ello puso, sin imaginarlo, fecha de nacimiento a la actitud intelectual que marcaría la identidad cultural de la filosofía. Nos referimos a la pregunta nacida del asombro ante los fenómenos, a la investigación impulsada por la curiosidad que exige develarlos y a la respuesta que sólo se acepta en términos racionales, es decir, sostenidos y justificados por el argumento explicativo.

A partir de Tales, un eclipse ya no será un efecto de la voluntad de algún dios olímpico develado por una pitonisa, ni una señal de la naturaleza interpretada por un poeta. El ocultamiento de un astro tras otro se concebirá como un fenómeno de la Naturaleza que puede y debe ser explicado por el pensamiento humano, es decir, extraído de la dimensión de lo misterioso para interpretarlo en la dimensión de lo racional.

Así, el filósofo abre con su esfuerzo intelectual las malezas dogmáticas del mito: conocer es demostrar la relación entre los fenómenos observables y sus razones inobservables. Más aún, con él comienza la aspiración filosófica a no sólo explicar cada hecho físico (tarea cumplida por la ciencia), sino integrarlo coherentemente en una cosmología, es decir, en un ordenamiento metafísico -teórico- de la estructura del Universo.

La aspiración de Tales a integrar todas las explicaciones científicas de la realidad en un único elemento natural sería heredada y desarrollada por los filósofos fisiócratas de la Grecia antigua… En su éxito o fracaso se jugaría la suerte del anhelo de descubrir, tras el velo de las percepciones, el orden del cosmos.   

 El Signo de Interrogación te invita a seguir pensando: ¿Te parece actual la concepción del filosofar que Tales inauguró?



sábado, 12 de septiembre de 2020

Filosofía y Sexosofía

Agradecemos el aporte de Silvana Savoini, psicóloga y sexóloga

Filosofía, etimológicamente, amor a la sabiduría, tan motivante como la sabiduría acerca del amor. Los filósofos, amantes de la sabiduría por definición, se han ocupado del amor, de producir y debatir saberes acerca del amor. El amor, del que se han ocupado también los teólogos, psicólogos, sociólogos, médicos y artistas, entre otros. El amor en la literatura, en la música y en el arte en todas sus expresiones. Siempre como un enigma, un interrogante, una experiencia que el ser humano jamás terminará de describir, de conocer, ni de transmitir suficientemente.

Eros, hijo de Afrodita en la mitología griega, dios de la atracción sexual y el amor, da origen a la denominación del erotismo. Según Gerard Zwang, la función erótica es el ejercicio consciente del placer sexual. Cuando decimos consciente, nos referimos a la consciencia humana respecto al placer, cosa que otras especies no desarrollan. Ese poder pensar sobre lo que estamos haciendo mientras lo hacemos, hace que sepamos, o al menos creamos saber, lo que estamos vivenciando, sintiendo, experimentando.

Somos seres sintientes y pensantes. Pero no debemos caer en la trampa de considerarnos seres racionales. Las emociones, no están subordinadas a la razón. El erotismo, en su complejidad, articula rudimentos instintivos con las pasiones, mediadas por emociones que valiéndose de la memoria dan color a nuestras vivencias, y también con la capacidad de razonamiento, la lógica, la abstracción, aquello que nos permite poner nombres a las cosas y anticiparnos al futuro.

Esa capacidad simbólica para representar en ausencia, nos la permite la porción más nueva del encéfalo en términos de evolución. Esa capacidad se desarrolla con el pensamiento estructurado como lenguaje, cualitativamente distinto a toda otra forma de comunicación animal. La metáfora, la poesía, la fantasía, la filosofía y el amor, alojados en la bitácora humana de lo simbólico.

Con las palabras y los discursos nos enredamos, complejizamos hasta el infinito cualquier cortejo, lejos ya de toda programación genética que nos predetermine. Rodeamos, nos preguntamos, imaginamos, fantaseamos, idealizamos. El deseo, motorizado por eso que fantaseamos, atravesado por aquello que recordamos, irreverente, inagotable, indomesticable.

El deseo no responde casi a ningún comando, pero está sujeto a mandatos culturales de los que no siempre somos conscientes, tiene su techo de cristal construido por nuestro sistema de creencias. Aquel mapa de amor que nos indica cómo, con quién, de qué manera, cuándo, dónde…amar, desear, proyectar, disfrutar (o no).

Y aquí aparece el término acuñado por John Money, Sexosofía. Money la conceptualizó como la ideología, creencias, actitudes y juicios de valor que cada persona tiene respecto a la sexualidad en términos generales y a la propia en particular. La Sexosofía puede habilitarnos al placer o limitar las posibilidades de disfrute cuando está minada de prejuicios, mitos, tabúes, desconocimiento y miedos.

Amar saber y saber amar (en el sentido más amplio del erotismo), van intrínsecamente juntos, en una simetría de palabras que denotan la íntima relación entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que somos capaces de experimentar. Las sensaciones tienen el potencial de abrirnos el portal a una infinita dimensión placentera o pueden, confrontadas con nuestras propias ideas, conducirnos al más penoso espectro de inhibiciones y angustias. Cognición, emoción y saberes mediando nuestro encuentro con la sensorialidad. Una invitación a reflexionar, tal parece que el romance entre Eros y Psique, no es sólo mitológico.