jueves, 21 de mayo de 2020

Un mundo ideal


En los confines del conocimiento está la idea del Bien
Y sólo con mucho esfuerzo se la puede ver:
Verla es concluir que ella es la causa de todo lo bueno y lo bello.
Platón

Platón fue, de los cuatro discípulos de Sócrates, el que mayor figura histórica adquirió. Su elevación a la categoría de clásico se debe a que fue el primero que aspiró a armonizar -luego de interpretar y criticar- las variadas doctrinas de su época en una única teoría filosófica; por ello es reconocido como el fundador de la Filosofía como Sistema, es decir, como intento de unificar coherentemente en una misma propuesta teórica tres dimensiones de la existencia humana: ética (saber qué es actuar bien), estética (saber qué es el placer) y epistémica (saber qué es el conocimiento verdadero).
Ahora bien: ¿Sobre qué fundamento racional se puede sostener un “amor a la sabiduría” de tan amplio espectro?
Cerca del gimnasio de Academos, en un predio boscoso de Atenas, Platón fundó su Academia y allí, mientras enseñaba a los jóvenes de su ciudad lo que había aprendido de Sócrates -pero también en sus viajes por Egipto, Cirene y Sicilia-, elaboró su respuesta: El Idealismo.
Si, como decía Sócrates, la opinión y el conocimiento difieren como distintos escalones en nuestro ascenso hacia la contemplación de La Verdad, esto debe ser porque la realidad misma ha de estar estructurada en distintos niveles. Así como con el cuerpo captamos la realidad sensorial (permanecemos en la dimensión física), con la mente captamos la realidad ideal (accedemos a la dimensión metafísica): los sentidos nos describen “el escenario” de la vida, pero el pensamiento nos explica las razones por las cuales se desarrolla “la obra” de la existencia.
Tenemos, entonces, que Opinión (doxa) es el nivel de conciencia de quienes sólo perciben el mundo desde lo fenoménico -engañoso-, es decir, de quienes acceden sólo a las apariencias -sienten e imaginan-, mientras que Conocimiento (episteme) es la dimensión a la que acceden quienes se proponen ir más lejos: se preguntan -reflexionan- y se aventuran -descubren- en aras de la esencia.
Para realizar su labor de “guía del cuerpo”, el alma debe ir dejando gradualmente de lado los encadenamientos y dependencias que éste le impone. Los griegos creían en el ciclo de la reencarnación: cada alma estuvo ya fuera del cuerpo, en la región espiritual del Hades. Por eso, a medida que nuestra alma encarnada va advirtiendo que no encuentra racionalidad en el mundo en que vive, despierta en ella la necesidad de dejar a un lado estímulos culturales y condicionantes psicológicos en busca del reencuentro con lo verdadero. Ese esfuerzo de nuestro pensamiento por volver a estar frente a la pureza de las Ideas -sin el obstáculo intermedio del mundo- fue denominado reminiscencia por Platón y puede parafrasearse como “todo aprender es un recordar”.  
Así como todos los árboles tienen su lugar de existencia en el planeta Tierra, la Idea de todo árbol tiene su lugar de persistencia en el Topos Uranos (“Lejano lugar celestial”). A esta dimensión sólo se accede a través del pensamiento lógico; el ascenso entraña arduo esfuerzo intelectual pero también señala maravillosa recompensa: el desvelamiento de lo verdadero ante nuestra alma. Platón nos lega, con esta promesa, un inquebrantable optimismo racional: el mundo en que vivimos no es la única realidad a la que podemos acceder; más aún, podemos elaborar un mundo mejor si atendemos, liberando nuestra razón, a Ideas distintas de las que la costumbre nos impone.  

El Signo de Interrogación te propone seguir pensando:
¿Qué pasadizos encontrás para salir de “La Caverna” de las costumbres, rumbo a la superficie de libertad de pensamiento?







lunes, 11 de mayo de 2020

Sabia ignorancia


“Es peor que el peligro de la muerte el de creer saber lo que no se sabe”
Sócrates

Comenzamos el recorrido que trazamos en nuestra columna anterior: veamos qué nos depara cada doctrina y cómo pueden seguir sus voces hablándole a nuestra época; para ello, viajemos al pasado histórico… 
Así como las Guerras Médicas representaron el ocaso de la vida social tal como se la conocía, el Siglo de Oro de Pericles, con su prosperidad y su esplendor cultural, impulsó a la sociedad griega (principalmente en Atenas) a reconstruir sus estructuras. La tarea prometía ser ardua pero apasionante: la moral (es decir, los criterios convencionales por el que un pueblo mantiene un acuerdo mayoritario sobre qué está bien o mal hacer) y las instituciones (es decir, la fijación de esos criterios en normas formales de alcance público) debían ser repensadas.
Esta referencia histórica nos recuerda que cuanto más profunda es la crisis de los valores, más necesario se vuelve el pensamiento ético.  
Es en medio de esta ebullición social que surge la figura de Sócrates: ante los acalorados debates sobre el destino de la convivencia social, él aportó dos exigencias clave para que el procedimiento resultara productivo y no desembocara en conflictos irresolubles o confrontaciones violentas. 
. La primera: el diálogo como método del pensamiento racional. Para alcanzar la razón, tenemos que volvernos capaces de expresar nuestras convicciones, para evaluar si podemos acordarlas con nuestros prójimos o modificarlas por sus aportes. Aquí nace el rasgo distintivo del discurso filosófico: la argumentación. 
Se dice que Sócrates no escribió ninguna obra porque creía que cada uno debía desarrollar sus propios pensamientos. Se valió de lo que denominó mayéutica: un método basado en la elaboración de preguntas que inducían a sus alumnos a la reflexión y resolución del problema planteado. Una nota a propósito de nuestro epígrafe: Sócrates, adoptando la postura del ignorante, direccionaba el diálogo con sus  interlocutores a fin de poner en evidencia la falsedad o incongruencia de sus afirmaciones. Ese procedimiento se conoce como “ironía socrática” y queda expresado claramente en su célebre frase “Sólo sé que no sé nada”. La obra oral de Sócrates fue testimoniada por Platón en escritos que inauguraron un género ya legendario: los Diálogos.
. La segunda: la distinción entre conocimiento y opiniones.
Sus colegas creían contar con gran sabiduría; Sócrates, en cambio, era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de la suya propia. Esto lo llevó a tratar de hacer pensar a la gente sobre la diferencia entre opinión y conocimiento. Para alcanzar la razón, tenemos que depurar nuestras convicciones de sus componentes psicológicos, esto es, emprender el arduo camino de la pureza lógica.
Poniendo en práctica estos dos requisitos, transitaremos nuestro camino racional hacia la verdad: ella será el resultado de corregir nuestros errores junto a nuestros prójimos, es decir, nos habremos librado de los dogmas. Así, Sócrates nos propone el primer desafío de ser racionales: el viaje epistémico (alcanzar conocimiento y descartar opiniones erróneas) y el viaje ético (no prejuzgar ni valorar la opinión del otro hasta demostrar su validez o invalidez lógica) debemos transitarlos al mismo tiempo. 


El Signo de Interrogación te propone seguir pensando:
¿Ponés en duda tus propias convicciones para revisar si se basan en verdades?
¿Te parece una tarea difícil acceder a la verdad a través del diálogo entre argumentos tuyos y ajenos?



miércoles, 6 de mayo de 2020

En busca de razones encontradas


           El filósofo no se contenta con gustar de la vida, 
                                                             sino que quiere penetrar en ella, reduciéndola, 
                                                             haciéndola consciente, transparente a su razón. 
                                                                                                       María Zambrano

En la columna anterior nos preguntábamos. ¿En qué basamos nuestra razón? ¿De qué color es el cristal con el que nos miramos, de qué color con el que juzgamos?  
También advertíamos que el ejercicio reflexivo sin elevación de consciencia, redundará en una visión sesgada o tendenciosa de aquello que es motivo de análisis. Entonces, en busca de nuestra propia razón, ¿Cómo revisaremos sus fundamentos, desde qué perspectiva los examinaremos? 
Como ya señalamos, la labor de cuestionar lo preconcebido, lo heredado, en busca de nuestra propia razón, para transitar la vida por nuestra propia senda, dándole  el sentido personal que anhelamos, incluye el desafío de confrontarla con las razones  de los otros. El hecho ineludible de que cualquier individuo desarrolla su existencia en relación con los demás acarrea a la filosofía práctica su perenne condición de polémica: las normas de vida que nos dicte nuestra razón se toparán, tarde o temprano, con posiciones alternativas -e, incluso, opuestas- en el pensar y el hacer ajenos.  
Desde esta perspectiva, podemos abordar las razones de los clásicos, dado que tienen mucho para sugerir a nuestro mundo actual. Volveremos a pensar en estas doctrinas y ellas irán marcando el itinerario de los siguientes blogs durante las próximas entregas. 
Así, abordaremos la razón de la tolerancia (representada por Sócrates), la razón del optimismo (representada por Platón), la razón del placer (representada por el hedonismo), la razón de la incredulidad (representada por el escepticismo), la razón del autodominio (representada por el estoicismo) y tantas razones más… Todas ellas postuladas como sabiduría, es decir, como inteligencia aplicada a la vida para guiarla de la mejor manera pensable 
Antes de ponernos en marcha, veamos cuál es nuestro punto de partida.   
Hace siglos que buscamos un criterio racional para distinguir y valorar los actos y las acciones según Lo Bueno (virtud) y Lo Malo (vicio) y a esta búsqueda damos el nombre de ética. 
Desde fines del S. VI a.C. y hasta mediados del S. IV a.C., en Grecia surgieron variadas escuelas éticas que dejarían su impronta indeleble en la tradición del pensamiento de Occidente, de allí que se denomine Clásico a este período.
A los filósofos presocráticos les había preocupado comprender el universo a partir del conocimiento de sus componentes físicos (fisiócratas) y de la estructura ordenada de la naturaleza (cosmólogos); a partir de Sócrates, la prioridad será otra: proveer principios racionales para justificar la conducta (ética) y organizar la convivencia social (política). Por entonces, la labor filosófica comienza a prevenirse de la amenaza de los Sofistas, quienes reducen la razón a una mera herramienta de engaño y persuasión. 
La figura de Sócrates (trazada históricamente por los escritos de Platón) marca el ingreso a las propuestas éticas clásicas: con él comenzaremos nuestro recorrido. 

El Signo de Interrogación te propone:
Tenemos por delante un viaje lleno de escalas en esas variadas razones que la filosofía ha encontrado para proponernos, sin imponernos, principios desde los cuales orientar nuestras vidas ¿Nos acompañas con tus pensamientos y comentarios críticos?