En
los confines del conocimiento está la idea del Bien
Y
sólo con mucho esfuerzo se la puede ver:
Verla
es concluir que ella es la causa de todo lo bueno y lo bello.
Platón
Platón fue, de los cuatro discípulos de
Sócrates, el que mayor figura histórica adquirió. Su elevación a la categoría
de clásico se debe a que fue el primero que aspiró a armonizar -luego de
interpretar y criticar- las variadas doctrinas de su época en una única teoría
filosófica; por ello es reconocido como el fundador de la Filosofía como
Sistema, es decir, como intento de unificar coherentemente en una misma
propuesta teórica tres dimensiones de la existencia humana: ética (saber qué es
actuar bien), estética (saber qué es el placer) y epistémica (saber qué es el conocimiento
verdadero).
Ahora bien: ¿Sobre qué fundamento
racional se puede sostener un “amor a la sabiduría” de tan amplio espectro?
Cerca del gimnasio de Academos, en un
predio boscoso de Atenas, Platón fundó su Academia
y allí, mientras enseñaba a los jóvenes de su ciudad lo que había aprendido de
Sócrates -pero también en sus viajes por Egipto, Cirene y Sicilia-, elaboró su
respuesta: El Idealismo.
Si, como decía Sócrates, la opinión y el
conocimiento difieren como distintos escalones en nuestro ascenso hacia la
contemplación de La Verdad, esto debe ser porque la realidad misma ha de estar
estructurada en distintos niveles. Así como con el cuerpo captamos la realidad
sensorial (permanecemos en la dimensión física), con la mente captamos la
realidad ideal (accedemos a la dimensión metafísica): los sentidos nos
describen “el escenario” de la vida, pero el pensamiento nos explica las
razones por las cuales se desarrolla “la obra” de la existencia.
Tenemos, entonces, que Opinión (doxa) es el nivel de conciencia de
quienes sólo perciben el mundo desde lo fenoménico -engañoso-, es decir, de
quienes acceden sólo a las apariencias
-sienten e imaginan-, mientras que Conocimiento (episteme) es la dimensión a la que acceden quienes se proponen ir
más lejos: se preguntan -reflexionan- y se aventuran -descubren- en aras de la esencia.
Para realizar su labor de “guía del cuerpo”, el alma debe ir dejando
gradualmente de lado los encadenamientos y dependencias que éste le impone. Los
griegos creían en el ciclo de la reencarnación: cada alma estuvo ya fuera del
cuerpo, en la región espiritual del Hades. Por eso, a medida que nuestra alma
encarnada va advirtiendo que no encuentra racionalidad en el mundo en que vive,
despierta en ella la necesidad de dejar a un lado estímulos culturales y
condicionantes psicológicos en busca del reencuentro con lo verdadero. Ese
esfuerzo de nuestro pensamiento por volver a estar frente a la pureza de las
Ideas -sin el obstáculo intermedio del mundo- fue denominado reminiscencia
por Platón y puede parafrasearse como “todo aprender es un
recordar”.
Así como todos los árboles tienen su lugar de existencia en el planeta
Tierra, la Idea de todo árbol tiene su lugar de persistencia en el Topos
Uranos (“Lejano lugar celestial”). A esta dimensión sólo se accede a través
del pensamiento lógico; el ascenso entraña arduo esfuerzo intelectual pero
también señala maravillosa recompensa: el desvelamiento de lo verdadero ante
nuestra alma. Platón nos lega, con esta promesa, un inquebrantable optimismo
racional: el mundo en que vivimos no es la única realidad a la que podemos acceder;
más aún, podemos elaborar un mundo mejor si atendemos, liberando nuestra razón,
a Ideas distintas de las que la costumbre nos impone.
El Signo de Interrogación te propone seguir pensando:
¿Qué pasadizos encontrás para salir de “La Caverna” de las
costumbres, rumbo a la superficie de libertad de pensamiento?
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