Agradecemos el aporte de Silvana Savoini, psicóloga y sexóloga
Filosofía, etimológicamente, amor a la
sabiduría, tan motivante como la sabiduría acerca del amor. Los filósofos,
amantes de la sabiduría por definición, se han ocupado del amor, de producir y
debatir saberes acerca del amor. El amor, del que se han ocupado también los
teólogos, psicólogos, sociólogos, médicos y artistas, entre otros. El amor en
la literatura, en la música y en el arte en todas sus expresiones. Siempre como
un enigma, un interrogante, una experiencia que el ser humano jamás terminará
de describir, de conocer, ni de transmitir suficientemente.
Eros, hijo de Afrodita en la mitología
griega, dios de la atracción sexual y el amor, da origen a la denominación del
erotismo. Según Gerard Zwang, la función erótica es el ejercicio consciente del
placer sexual. Cuando decimos consciente, nos referimos a la consciencia humana
respecto al placer, cosa que otras especies no desarrollan. Ese poder pensar
sobre lo que estamos haciendo mientras lo hacemos, hace que sepamos, o al menos
creamos saber, lo que estamos vivenciando, sintiendo, experimentando.
Somos seres sintientes y pensantes. Pero
no debemos caer en la trampa de considerarnos seres racionales. Las emociones,
no están subordinadas a la razón. El erotismo, en su complejidad, articula
rudimentos instintivos con las pasiones, mediadas por emociones que valiéndose
de la memoria dan color a nuestras vivencias, y también con la capacidad de
razonamiento, la lógica, la abstracción, aquello que nos permite poner nombres
a las cosas y anticiparnos al futuro.
Esa capacidad simbólica para representar
en ausencia, nos la permite la porción más nueva del encéfalo en términos de
evolución. Esa capacidad se desarrolla con el pensamiento estructurado como
lenguaje, cualitativamente distinto a toda otra forma de comunicación animal.
La metáfora, la poesía, la fantasía, la filosofía y el amor, alojados en la
bitácora humana de lo simbólico.
Con las palabras y los discursos nos
enredamos, complejizamos hasta el infinito cualquier cortejo, lejos ya de toda
programación genética que nos predetermine. Rodeamos, nos preguntamos, imaginamos,
fantaseamos, idealizamos. El deseo, motorizado por eso que fantaseamos,
atravesado por aquello que recordamos, irreverente, inagotable, indomesticable.
El deseo no responde casi a ningún
comando, pero está sujeto a mandatos culturales de los que no siempre somos
conscientes, tiene su techo de cristal construido por nuestro sistema de
creencias. Aquel mapa de amor que nos indica cómo, con quién, de qué manera,
cuándo, dónde…amar, desear, proyectar, disfrutar (o no).
Y aquí aparece el término acuñado por John Money, Sexosofía. Money la conceptualizó como la ideología, creencias, actitudes y juicios de valor que cada persona tiene respecto a la sexualidad en términos generales y a la propia en particular. La Sexosofía puede habilitarnos al placer o limitar las posibilidades de disfrute cuando está minada de prejuicios, mitos, tabúes, desconocimiento y miedos.
Amar saber y saber amar (en el sentido más amplio del erotismo), van intrínsecamente juntos, en una simetría de palabras que denotan la íntima relación entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que somos capaces de experimentar. Las sensaciones tienen el potencial de abrirnos el portal a una infinita dimensión placentera o pueden, confrontadas con nuestras propias ideas, conducirnos al más penoso espectro de inhibiciones y angustias. Cognición, emoción y saberes mediando nuestro encuentro con la sensorialidad. Una invitación a reflexionar, tal parece que el romance entre Eros y Psique, no es sólo mitológico.
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