En el año 2005 la UNESCO decidió honrar al tercer jueves de cada Noviembre
como Día Mundial de la Filosofía. Semejante reconocimiento nos invita a poner
la atención sobre esta particular producción discursiva, haciéndolo en la forma
en que a ella le resulta inherente, es decir, preguntándonos: ¿en qué radica la
importancia de la filosofía?
Observando históricamente el devenir de lo humano, apreciaremos que la
filosofía se empareja ante las demás dimensiones del hábitat cultural sin,
empero, igualarse a ninguna de ellas. La ciencia cesa cuando la necesidad es
satisfecha o el problema fáctico es resuelto, el arte cesa cuando el consuelo
estético (gozo o desahogo) es alcanzado, la religión cesa cuando la certidumbre
del dogma acompaña o silencia las expectativas de la fe, la psicología cesa
cuando los límites de la subjetividad son vislumbrados… Sin embargo, la
búsqueda de sentido para ese vivir, al que todas estas actividades proveen su
carácter de humano, no cesa nunca. En ella se ocupa, esperanzada y prudente al
mismo tiempo, la filosofía. Diciéndolo en palabras de José Ortega y Gasset: “la
filosofía es algo… inevitable”, pues ella plantea el desafío
definitorio de la condición humana: la indagación por la racionalidad de
nuestros actos. Saber por qué hay que hacer lo que se hace; comprender por qué
lo que hay que hacer podría ser la mejor de las acciones posibles: ¿qué ser humano
no se topa con estos deseos en algún momento de su tránsito por el
mundo?
Filosofar es querer trazar flechas de sentido racional sobre el plano
infinito de los hechos y sus interpretaciones, encarando la desmesurada y
maravillosa aventura de justificar con una causa (por qué) y un efecto (para
qué) el hilado consciente de la trama de nuestra biografía, y el de ella con
las otras personas, con las cosas y con los misterios de nuestra existencia
marcada por la finitud.
Más aún: buscar dicho sentido existencial filosóficamente no es tarea
realizada si no se complementa con la de evidenciar los resultados -por nimios
que fueren- de tal búsqueda. Recordemos que la etimología de teoría nos remite a desfile o procesión,
esto es, a poner ante la vista de todos cuanto hay disponible. Teorizar
consiste en desarrollar una peculiar especulación conceptual para, luego,
plasmarla en un discurso explicativo y argumental. En el silencio la sabiduría
no vive, en el misterio extático la filosofía no crece: este es el legado
civilizatorio perenne que nos hizo la antigüedad griega. El pensamiento lógico
cobra humana dimensión al discurrir en palabras, poniendo en comunidad
-¡inaugurando la condición de prójimos!-, a través de la práctica dialógica,
las divergentes u opuestas opiniones. Filosofar es amar el saber pero en
compañía, esto es, asumiendo las contramarchas y críticas del conocimiento
revisado en lugar de acallarlas misteriosamente en el concluyente trance
indecible.
Ideal proclamado incluso si no aprehendido, horizonte perseguido aun si
nunca alcanzado: la sabiduría es aquello que ama, aquello a lo que tiende con
todo su ser la persona que abraza vivencialmente, por sí y para sí, la
interrogación filosófica. ¿Qué recibe quien se aventura a esta búsqueda, a
cambio de asumir, a cada paso, la inquietud de nunca contar con la certeza de
consumación de este amor? Ni más ni menos que el crecimiento de su condición
humana.
Filosofar es confrontarnos con nuestra propia ignorancia y volvernos más
libres, ganándonos nuestra autonomía en
el descubrimiento permanente de nuestra falencia, abriéndonos a nuestra
plenitud en el replanteo incesante de nuestra carencia. Al pensar sin
condiciones, al pensar más allá de lo naturalizado y al pensar en la razón concebible
de la experiencia obvia nos elevamos intelectualmente. En virtud de tal
elevación, nos dignificamos como humanos, más allá de los resultados de nuestra
pesquisa, pues, como decía Karl Jaspers, en ese proceso “no es sólo mi saber,
sino la conciencia de mí mismo lo que cambia”.
En la perenne aspiración a dotar a nuestras vidas del valor de la
razonabilidad, confluyen el crecimiento de la consciencia personal y el de los
lazos de humana comunidad. Pareciera que hemos encontrado una valiosa respuesta
a la pregunta que iniciaba estas líneas: ¡Bien merecido feliz día, Filosofía!
Jorge Oscar Veliz - Director Alejo Iglesias - Profesor
No hay comentarios:
Publicar un comentario