“Se puede tener
por compañera la fantasía,
pero se debe
tener como guía a la razón”
Samuel Johnson, escritor inglés.
En el artículo anterior, El gran refugio interior, nos referíamos
a la oportunidad que nos presentan las actuales circunstancias para convocar a
nuestra propia potencia filosófica que, aunque frecuentemente adormilada, nos
acompaña desde el primer día. Ya despierta, debemos considerar que el valernos
de nuestra propia razón es todo un desafío, ya que no se trata de la razón del
antojo sino de la lógica de la razón, aquella que forja un pensar renuente a
las verdades absolutas.
¿En qué basamos nuestra razón? ¿De qué
color es el cristal con el que nos miramos, de qué color con el que
juzgamos?
Partiendo de que nuestra visión
universal del hombre confronta con el reduccionismo dogmático que lo somete, el
principal objetivo de nuestra escuela de filosofía es propiciar el desarrollo
del pensamiento crítico. Se debe saber que, si elegimos la senda de los libres pensadores,
aquella que lleva a la propia razón como nos invita Kant, uno de los primeros
escollos a sortear serán nuestros prejuicios. La filosofía nos desafía a
revisarlo todo y esa premisa incluye nuestras raíces culturales. Como eslabones
de una larga cadena transgeneracional hemos sido templados al fuego de sus
peculiaridades y cada razón estará condicionada por ese revenido, a menos que
logremos “hacer girar la luz”.
Bien lo explica Sigmund Freud en Moisés y el monoteísmo, al manifestar:
“la herencia arcaica del hombre no sólo comprende predisposiciones, sino
también contenidos ideáticos de trazos mnésicos que dejaron las experiencias
hechas por las generaciones anteriores”.
Si salimos en busca de nuestra propia
razón, ¿Cómo revisaremos sus fundamentos, desde qué perspectiva los
examinaremos?
El sacerdote le pregunta a la
pitonisa - ¿Por qué habiendo rezado tanto no he logrado ver la luz? – Ella le
respondió – “Puedes haber rezado mucho, pero te has elevado poco. Sirva esta
anécdota para comprender que el ejercicio reflexivo sin elevación de
consciencia, redundará en una visión sesgada o tendenciosa de aquello que es
motivo de análisis.
Khalil Gibran se
preguntaba dónde podía encontrar un hombre gobernado por la razón y
no por los hábitos y los deseos. René Descartes opinaba que no existía
nada repartido de modo más equitativo que la razón: todo el mundo está
convencido de tener suficiente. Pienso que el camino cierto hacia la razón
se hace dudoso cuando cuestiona a la propia.
Dr. Jorge O. Veliz
Escuela
de Filosofía El Liceo
El
Signo de Interrogación te invita a seguir pensando:
¿Conocés alguna persona de esas que
buscaba Khalil Gibran? ¿A qué creés que se deba que sea tan difícil
encontrarla?
¿Has puesto en duda tu propia razón?
¿Ante qué situación?
¿Creés que tu razón ve a través de los
mismos cristales cuando mirás al mundo que cuando mirás a tu interior?
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