“Es peor que el
peligro de la muerte el de creer saber lo que no se sabe”
Sócrates
Comenzamos el recorrido que trazamos en
nuestra columna anterior: veamos qué nos depara cada doctrina y cómo pueden
seguir sus voces hablándole a nuestra época; para ello, viajemos al pasado
histórico…
Así como las Guerras Médicas
representaron el ocaso de la vida social tal como se la conocía, el Siglo de
Oro de Pericles, con su prosperidad y su esplendor cultural, impulsó a la
sociedad griega (principalmente en Atenas) a reconstruir sus estructuras. La
tarea prometía ser ardua pero apasionante: la moral (es decir, los criterios
convencionales por el que un pueblo mantiene un acuerdo mayoritario sobre qué
está bien o mal hacer) y las instituciones (es decir, la fijación de esos
criterios en normas formales de alcance público) debían ser repensadas.
Esta referencia histórica nos recuerda
que cuanto más profunda es la crisis de los valores, más necesario se vuelve el
pensamiento ético.
Es en medio de esta ebullición social
que surge la figura de Sócrates: ante los acalorados debates sobre el destino
de la convivencia social, él aportó dos exigencias clave para que el
procedimiento resultara productivo y no desembocara en conflictos irresolubles
o confrontaciones violentas.
. La primera: el diálogo como método del
pensamiento racional. Para alcanzar la razón, tenemos que volvernos capaces de
expresar nuestras convicciones, para evaluar si podemos acordarlas con nuestros
prójimos o modificarlas por sus aportes. Aquí nace el rasgo distintivo del
discurso filosófico: la argumentación.
Se dice que Sócrates no escribió ninguna
obra porque creía que cada uno debía desarrollar sus propios pensamientos. Se
valió de lo que denominó mayéutica: un método
basado en la elaboración de preguntas que inducían a sus alumnos a la reflexión
y resolución del problema planteado. Una nota a propósito de nuestro epígrafe: Sócrates,
adoptando la postura del ignorante, direccionaba el diálogo con sus
interlocutores a fin de poner en evidencia la falsedad o incongruencia de sus
afirmaciones. Ese procedimiento se conoce como “ironía socrática” y queda
expresado claramente en su célebre frase “Sólo
sé que no sé nada”. La obra oral de Sócrates fue testimoniada por
Platón en escritos que inauguraron un género ya legendario: los Diálogos.
. La segunda: la distinción entre
conocimiento y opiniones.
Sus colegas creían contar con gran
sabiduría; Sócrates, en cambio, era consciente tanto de la ignorancia que le
rodeaba como de la suya propia. Esto lo llevó a tratar de hacer pensar a la
gente sobre la diferencia entre opinión y conocimiento. Para alcanzar la razón,
tenemos que depurar nuestras convicciones de sus componentes psicológicos, esto
es, emprender el arduo camino de la pureza lógica.
Poniendo en práctica estos dos
requisitos, transitaremos nuestro camino racional hacia la verdad: ella será el
resultado de corregir nuestros errores junto a nuestros prójimos, es decir, nos
habremos librado de los dogmas. Así, Sócrates nos propone el primer desafío de
ser racionales: el viaje epistémico (alcanzar conocimiento y descartar
opiniones erróneas) y el viaje ético (no prejuzgar ni valorar la opinión del
otro hasta demostrar su validez o invalidez lógica) debemos transitarlos al
mismo tiempo.
El Signo de Interrogación te propone seguir pensando:
¿Ponés en duda tus propias convicciones para revisar si se basan en verdades?
¿Te parece una tarea difícil acceder a la verdad a través del diálogo entre argumentos tuyos y ajenos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario