El filósofo no se contenta con
gustar de la vida,
sino
que quiere penetrar en ella, reduciéndola,
haciéndola
consciente, transparente a su razón.
María
Zambrano
En la
columna anterior nos preguntábamos. ¿En qué basamos nuestra razón? ¿De qué
color es el cristal con el que nos miramos, de qué color con el que
juzgamos?
También
advertíamos que el ejercicio reflexivo sin elevación de consciencia, redundará
en una visión sesgada o tendenciosa de aquello que es motivo de
análisis. Entonces, en busca de nuestra propia razón, ¿Cómo revisaremos
sus fundamentos, desde qué perspectiva los examinaremos?
Como ya
señalamos, la labor de cuestionar lo preconcebido, lo heredado, en busca de
nuestra propia razón, para transitar la vida por nuestra propia senda,
dándole el sentido personal que
anhelamos, incluye el desafío de confrontarla con las
razones de los otros. El hecho ineludible de que cualquier individuo
desarrolla su existencia en relación con los demás acarrea a la filosofía
práctica su perenne condición de polémica: las normas de vida que nos dicte
nuestra razón se toparán, tarde o temprano, con posiciones alternativas -e,
incluso, opuestas- en el pensar y el hacer ajenos.
Desde esta perspectiva, podemos abordar las razones de los clásicos, dado
que tienen mucho para sugerir a nuestro mundo actual. Volveremos a pensar en
estas doctrinas y ellas irán marcando el itinerario de los siguientes blogs
durante las próximas entregas.
Así,
abordaremos la razón de la tolerancia (representada
por Sócrates), la razón del optimismo (representada por Platón), la razón del
placer (representada por el hedonismo), la razón de la incredulidad
(representada por el escepticismo), la razón del autodominio (representada por
el estoicismo) y tantas razones más… Todas ellas postuladas como sabiduría, es
decir, como inteligencia aplicada a la vida para guiarla de la mejor manera
pensable
Antes de ponernos en marcha, veamos cuál es nuestro punto de
partida.
Hace siglos que buscamos un criterio racional para distinguir y valorar los
actos y las acciones según Lo Bueno (virtud) y Lo Malo (vicio) y a esta
búsqueda damos el nombre de ética.
Desde fines
del S. VI a.C. y hasta mediados del S. IV a.C., en Grecia surgieron variadas
escuelas éticas que dejarían su impronta indeleble en la tradición del
pensamiento de Occidente, de allí que se denomine Clásico a este período.
A los filósofos presocráticos les había preocupado
comprender el universo a partir del conocimiento de sus componentes físicos
(fisiócratas) y de la estructura ordenada de la naturaleza (cosmólogos); a
partir de Sócrates, la prioridad será otra: proveer principios racionales para
justificar la conducta (ética) y organizar la convivencia social (política). Por
entonces, la labor filosófica comienza a prevenirse de la amenaza de los
Sofistas, quienes reducen la razón a una mera herramienta de engaño y
persuasión.
La figura de Sócrates (trazada históricamente por los
escritos de Platón) marca el ingreso a las propuestas éticas clásicas: con él
comenzaremos nuestro recorrido.
El Signo de Interrogación te propone:
Tenemos por delante un viaje lleno de escalas en esas
variadas razones que la filosofía ha encontrado para proponernos, sin
imponernos, principios desde los cuales orientar nuestras vidas ¿Nos acompañas
con tus pensamientos y comentarios críticos?
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