miércoles, 6 de mayo de 2020

En busca de razones encontradas


           El filósofo no se contenta con gustar de la vida, 
                                                             sino que quiere penetrar en ella, reduciéndola, 
                                                             haciéndola consciente, transparente a su razón. 
                                                                                                       María Zambrano

En la columna anterior nos preguntábamos. ¿En qué basamos nuestra razón? ¿De qué color es el cristal con el que nos miramos, de qué color con el que juzgamos?  
También advertíamos que el ejercicio reflexivo sin elevación de consciencia, redundará en una visión sesgada o tendenciosa de aquello que es motivo de análisis. Entonces, en busca de nuestra propia razón, ¿Cómo revisaremos sus fundamentos, desde qué perspectiva los examinaremos? 
Como ya señalamos, la labor de cuestionar lo preconcebido, lo heredado, en busca de nuestra propia razón, para transitar la vida por nuestra propia senda, dándole  el sentido personal que anhelamos, incluye el desafío de confrontarla con las razones  de los otros. El hecho ineludible de que cualquier individuo desarrolla su existencia en relación con los demás acarrea a la filosofía práctica su perenne condición de polémica: las normas de vida que nos dicte nuestra razón se toparán, tarde o temprano, con posiciones alternativas -e, incluso, opuestas- en el pensar y el hacer ajenos.  
Desde esta perspectiva, podemos abordar las razones de los clásicos, dado que tienen mucho para sugerir a nuestro mundo actual. Volveremos a pensar en estas doctrinas y ellas irán marcando el itinerario de los siguientes blogs durante las próximas entregas. 
Así, abordaremos la razón de la tolerancia (representada por Sócrates), la razón del optimismo (representada por Platón), la razón del placer (representada por el hedonismo), la razón de la incredulidad (representada por el escepticismo), la razón del autodominio (representada por el estoicismo) y tantas razones más… Todas ellas postuladas como sabiduría, es decir, como inteligencia aplicada a la vida para guiarla de la mejor manera pensable 
Antes de ponernos en marcha, veamos cuál es nuestro punto de partida.   
Hace siglos que buscamos un criterio racional para distinguir y valorar los actos y las acciones según Lo Bueno (virtud) y Lo Malo (vicio) y a esta búsqueda damos el nombre de ética. 
Desde fines del S. VI a.C. y hasta mediados del S. IV a.C., en Grecia surgieron variadas escuelas éticas que dejarían su impronta indeleble en la tradición del pensamiento de Occidente, de allí que se denomine Clásico a este período.
A los filósofos presocráticos les había preocupado comprender el universo a partir del conocimiento de sus componentes físicos (fisiócratas) y de la estructura ordenada de la naturaleza (cosmólogos); a partir de Sócrates, la prioridad será otra: proveer principios racionales para justificar la conducta (ética) y organizar la convivencia social (política). Por entonces, la labor filosófica comienza a prevenirse de la amenaza de los Sofistas, quienes reducen la razón a una mera herramienta de engaño y persuasión. 
La figura de Sócrates (trazada históricamente por los escritos de Platón) marca el ingreso a las propuestas éticas clásicas: con él comenzaremos nuestro recorrido. 

El Signo de Interrogación te propone:
Tenemos por delante un viaje lleno de escalas en esas variadas razones que la filosofía ha encontrado para proponernos, sin imponernos, principios desde los cuales orientar nuestras vidas ¿Nos acompañas con tus pensamientos y comentarios críticos?



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