viernes, 12 de junio de 2020

El mal vivirá en quien no sepa vivir bien

No olvides, simple actor, que vivir es representar una pieza:
no te corresponde juzgar qué papel te toca;
interprétalo lo mejor posible
 pues es tu deber representar bien, no elegir tu papel”.
Epicteto

En terrenos próximos al Pórtico de Atenas (la Puerta o Stoa: estoicismo proviene etimológicamente de este término), Zenón de Cizio fundó, hacia finales del S. IV a. C., la escuela estoica. La misma se ubicaba casi a la salida de la ciudad, para indicar su carácter alejado, distante respecto de las convenciones masivas y de los criterios culturales vigentes.
Esta doctrina compartía con la hedonista un enfoque empirista del conocimiento: hallaba en la experiencia (y no en alguna entidad trascendente u orden metafísico) la fuente y condición de validez de cualquier saber. La metáfora a la que solían recurrir los estoicos era corporal: “nuestra capacidad de representación es la mano abierta (ponemos en ella lo que recibimos del mundo), nuestro asentimiento es el plano de los dedos juntos y tensos (nos disponemos a conocer y aceptar lo conocido), nuestra comprensión es el puño cerrado (depende de nuestro esfuerzo cómo interpretar lo que hemos conocido y aceptado) y, finalmente, la ciencia es el puño de una mano comprimido dentro de la otra (resulta del complemento de la voluntad subjetiva y la imposición objetiva)”. 
 Los estoicos son panteístas, pues creen que la divinidad está difundida en la materialidad de los fenómenos y las cosas (animadas o inanimadas), impregnando cada situación con su ser; son, también, fatalistas, pues creen que esa omnipresencia divina se plasma en la realidad como un sentido ineludible e inexorable. A la concatenación de acontecimientos que aceptamos como destino podemos conocerla  -en mayor o menor medida, según nuestra aptitud lógica- pero no alterarla: podemos actuar en adhesión voluntaria a este designio cósmico que nos señala el camino a la felicidad, pero no podemos modificarlo.
Justamente, para Crisipo (sistematizador de esta escuela), ser feliz consiste en vivir en estado de apatía (carencia de padecimiento), es decir, sin acceder a involuntarias alteraciones emocionales ni sufrir fluctuaciones anímicas provocadas por los eventos positivos o negativos a los que nuestro destino nos enfrente. ¿Significa esto que sabio es quien logre volverse indiferente ante el mundo o egoísta frente a sus prójimos? Todo lo contrario: estoica es aquella persona que, consciente del escenario de sus posibilidades, elige la buena acción aun pagando el precio de su perjuicio propio. Según los estoicos, actuar de manera sabia es hacer “lo que hay que hacer” (deber) sin importar las consecuencias que esa acción traiga, en desdicha o placer, sobre el ego. La satisfacción de realizar la acción correcta reviste un valor superior a cualquier logro material, situación conveniente o fama con que el mundo pudiera premiarnos.
Así, confiados en la capacidad racional del ser humano, los estoicos construyen su mirador ético a las dinámicas de la vida, desde donde la aspiración a la virtud consiste en saber interpretar dichas dinámicas para encontrar un puesto virtuoso en ellas.
La actitud estoica se basa en entender racionalmente (intelección) el marco circunstancial de nuestra existencia: de cómo sea nuestro mundo depende el límite de lo que nosotros podamos o debamos hacer en él. Dado que nunca elegimos en autonomía plena sino en heteronomía parcial, cuanto más entendamos qué condiciones nos influyen y determinan, más podremos entender qué efectos de nuestra acción dependen de nuestro empeño y desempeño…  y cuáles quedan fuera de nuestra potencia práctica. De este modo, iremos construyendo nuestro camino interno (carácter) a la felicidad, es decir, a la dignidad de no haber adaptado nuestra identidad al mundo, sino al destino que hemos sido capaces de comprender y aceptar como Nuestro. 




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